martes, 3 de septiembre de 2013

MUERTE, VIDA Y ENFERMEDAD I


-      Hola, ¿hay alguien? – grité desde la puerta mientras la tocaba y activaba el timbre.
-      ¿Quién erih? – preguntó sorprendida la dueña de la casa.
-      Soy yo Luciana, Tivi – aclaré.
-      ¡Anda, veráh tú quién eh! –exclamó con sincera y alegre sorpresa. ¿Y qué te trai por aquí, hiju? ¿Queríah algu? – interrogó con curiosidad.
-      No, nada más que saludar y darte mi pésame por la muerte de tu marido (por supuesto, le dije el nombre) – le contesté con sincero pesar. No te pregunto cómo estás –continué-, porque sé que estás mal y muy apenada, porque después de lo ocurrido es difícil estar de otra manera.
-      Pueh sí, hiju, eh una pena muy grandi. Me ha dejau muy sola – dijo con la mirada perdida.
-      Te ha dejado con su recuerdo, que no es poco. Y con un montón de huellas de su inolvidable paso por aquí: una vida compartida, hijos/as y nietos/as, que es el más fiel testimonio de su existencia y de vuestro amor. Todo eso debes guardarlo tú, así lo mantendrás junto a ti para siempre – le aseguré mirándola a sus ojos negros, profundos y verticales, como el abismo que sentía con su recuerdo.

Lloró y guardó silencio durante un buen momento. Yo respeté su llanto y su silencio manteniéndome callado y buscando un contacto físico puntual o cuando menos medido: un abrazo, tomarle las manos, una mirada, etc.

Y cuando correspondió le hice una transacción cambiante para evadir el momento y resolver la situación creada.

-      ¿A que te ha gustado mi visita? ¿Te has alegrado de verme aquí? – le dije con voz enérgica tomándole las manos y apretando de forma moderada, para transmitirle oxígeno, incluso cierta vitalidad.
-      ¡¡ Pueh claru que sí, hiju, muchu!! – respondió con un tono de veraz agradecimiento.
-      Bueno, pues vuelvo a casa, me esperan para comer. Te muestro mi confianza en tu fortaleza, con eso me basta para saber que irás saliendo de tu tristeza sin perder jamás el recuerdo – finalicé mientras le volví a dar dos besos.
-      Muchah graciah, hiju -concluyó con una tímida sonrisa.

Decía Benedetti que la muerte es la cumbre de la sencillez.

Y es verdad, ya que la vida, en abundantes ocasiones, la convertimos en la cima de la estupidez y la soberbia. Y bajo las premisas y los dictados de estas procelosas aguas, la navegamos.

Evidentemente, este es uno de los motivos esenciales de nuestros vacíos existenciales: situamos lo importante en el reino maldito de lo banal, de lo insustancial; y nos pasamos la vida buscando lo fundamental en recónditos lugares en donde no está.

Esto trae como consecuencias básicas, primero, que muchas olas de esas aguas de la vida nos suban con fuerza al limbo, y segundo, que en otras olas, quedemos bajo la longitud de su onda y nos ahoguen al disolverse sobre sí.

 Y esa es principalmente hoy la vida, paraos a pensar un momento y lo comprobaréis.

Tras unos cuantos de años sin hacerlo, este verano lo he pasado en mi pueblo, en Nuñomoral. Y durante las mañanas del mes de agosto, tras una serie de reflexiones personales, decidí subir a mi moto y viajar por las distintas alquerías que componen el Ayuntamiento de Nuñomoral y realizar algunas visitas.

Para no tener que impostar casualidades inexistentes, antes de nada, pensaba a la persona o familia concreta que iba a ir a visitar, por lo que mi acción se realizaba de manera directa y expresa. Y aproveché para dar algunos pésames y para visitar algunos enfermos, personas que, en ambos casos y respectivamente, conocí vivas y sanas.

Comprobé, en el caso de las familias que habían perdido a algún ser querido, que el denominador común que desgarra en la muerte es el vacío y el recuerdo. Lo más duro en sí, para la mayoría, no era la ausencia de esa persona ya allí, a su lado. Es decir, lo verdaderamente doloroso no era la desaparición de su marido, mujer, padre, madre, hijo, hija… como ser independiente, sino el vacío que quedaba en su propio entorno, en su vida. Alguna vez lo he escrito ya en mi blog: ante una muerte no lloramos por lo que se va, sino por lo que nos queda. Y esto es una forma un tanto egoísta de situar el afecto y enfocar el dolor, que además hace que el sufrimiento sea más intenso y más prolongado en el tiempo.

Como sé fehacientemente que este blog es leído por mucha gente de mi zona, para huir de cualquier atisbo de sensacionalismo o morbo y preservar la intimidad y el anonimato de los implicados, he tomado la precaución de que todos los nombres que aparecen, aunque representen el hecho real, sean ficticios.

Por razones estrictamente personales, tengo un aprecio enorme a la inmensa mayoría de gentes de todo el municipio de Nuñomoral, incluso en muchos casos puedo afirmar que siento un afecto especial por mis paisanos, sobre todo por las personas mayores. Genéricamente, aunque con diferentes matices dependiendo de las personas, en los términos que cuento en la conversación que abre esta entrada de blog mantuve las conversaciones cuando se trataba de gentes que estaban pasando un duelo por la desaparición de algún ser querido.

Y de la desolación y el dolor que proyectaban los ojos de estas personas, nacen las reflexiones que acabo de contar acerca de los tipos de vida actuales y del intemporal dolor de la muerte.

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