domingo, 29 de julio de 2012

AZARONES II

Como toda tradición, la dieta de los Azarones, tenía sus partidarios y sus detractores. Este hecho, en nuestro pueblo, era muy importante, por el tremendo respeto que profesábamos a nuestros mayores. Quiere esto decir que cuando te ibas a zampar unos Azarones, mirabas antes a tu alrededor no sea que hubiera alguien que desaprobara la ingesta de esa hierba y te jodiera la merienda. Viene a mi memoria un recuerdo de color amarillo ya, pero muy ilustrativo sobre lo que acabo de contar. En cierta ocasión estaba la Cipriana, nieta de la tía Juanina, la Zopenca, en las inmediaciones de la fuente de la Espinera buscando unos Azarones, para comer un bocáu, como decía ella. Y resulta que una vez que fue haciendo acopio de los mismos, sin machar con sal ni más demoras, debido al hambre, empezó a comerlos con fruición y la pilló la tía Rosa, que era un señora muy refinada que le parecía una imprudencia que se comieran hierbajos desconocidos, cuyas propiedades no estaban demostradas.
-     ¡¡Mal rayu te ehpeaci ehquerosa, pehquerona!! ¿Pa qué coñuh comih esu? –Le soltó a bocajarro a la Cipriana nada más sorprenderla comiendo Azarones.
-     M`obriga, m`obriga, ta Rosa, ta Rosa. –Constetaba la Cipriana avergonzada, bajando la cabeza.
-    ¡¡Turnia te queih, dehgraciá; pahmau se te quei el gaznati!! -Farfullaba la tía Rosa mientras continuaba su camino.

Partíamos hacia el pueblo al final de la tarde, casi oscureciendo. Cuando nos íbamos aproximando se divisaban las luces amarillas, que conferían al pueblo un aspecto lúgubre, pálido; y también veíamos los brillos plateados del río producidos por el reflejo de la luna.
Y allí, en las estribaciones del pico de la Gineta, las calles de Cerezal  nos iban acogiendo a todos y a todas entre resuellos de macho, berridos de cabra y saltos de chivo. Esa tarde se habían vivido aventuras irrepetibles en la Morocona, en el Gamillón, en la Vega Larga, en el Valle de la Mielra, en el Molinito y en el Sestil de la Ró Güey.
Pasábamos por casa, dábamos novedades sobre la tarde y el comportamiento del ganado y de nuevo nos largábamos, estirando las horas lo que podíamos, para jugar al escondite, al bote – bote, al tresnavío (Tres Navíos), a los orinalitos, etc. hasta que las voces de nuestras madres rompían el silencio de la noche para indicarnos que era la hora de regresar a casa y acostarnos.
La noche queda para quien es.


AZARONES I

Aquellas interminables tardes de cabras, con olor a hierba verde fresca, con el sabor amargo de la subsistencia, con la felicidad de la compañía, con la seguridad de estar justo en el lugar del mundo donde deseábamos estar y con la completa convicción de que fuera de aquellos cuatro pareonih no había nada más, aquel era el único Universo existente... o al menos posible.

Mientras las cabras se jartaban, nosotros íbamos descubriendo un mundo lleno de misterios. Lo descubríamos pedazo a pedazo, sin prisa, con curiosidad, con la fascinación propia de un científico que después de una larga y ardua investigación descubre una pócima mágica.

 - ¿Pandi vah, perdíu te quéh?
 - Ahora vengu, voy a cagá.
 - ¿Y jaci falta que vayah tan lejuh?
 - Voy ahí allá, pa cogé unah hojah de zapatonih, pa limpiami el culu.
 - ¡Eeee, se le va a quedá tou blancu!
- Lah piedrah jierin y limpian peó, te arrejuñan tol furacu.

Las épocas estaban bien definidas y perfectamente marcadas por diferentes fenómenos estacionarios: los cantos de los grillos, la vuelta de las golondrinas, la maduración lenta de las cerezas, la llegada de las pavías, las colmenitas, los hongos… Era una ilusión esperar todo sin prisa, éramos tan felices.

Cuando el sol transponía el horizonte, mientras se iba produciendo su ocaso total, nuestras cabras, por sí mismas, iban ya tomando el camino de regreso a Cerezal, al tiempo que nosotros cortábamos unos Azarones para volver a casa ya cenados. En Las Hurdes, en períodos de carencia, teníamos a los Azarones como planta comestible.

 Los Azarones eran unas plantas autóctonas de tallo largo y hoja lineal, con un sabor ácido, avinagrado y una textura áspera y desabrida. Al final del tallo, tenían una semilla que hacía las delicias de los verderones (sedalinas, llamábamos a estos pájaros en Cerezal). Para atenuar ese sabor ácido, los machábamos en las rocas con sal gorda, de la que se usaba en las matanzas. Recuerdo que esta planta tenía dos tipos de hoja, ambas largas y delgadas, pero una de ellas, en la parte baja, donde se iniciaba, tenía dos salientes ovalados, de forma elíptica, uno a cada lado y en perfecta simetría con el eje central. Bien, pues estas últimas, no se comían, porque la transmisión intergeneracional mandaba y de siempre se había dicho que las hojas de Azarones que tenían los cojoninuh abaju no se comían, porque eran del demoniu.


AZARONES