viernes, 21 de enero de 2011

MILAGRO DE OTOÑO

Sobre el suelo, una alfombra de hojas secas escalaba la falda de la montaña. Eran hojas caídas, de vuelo oscilante y descompasado. Paisaje de matices marrones, de castaños milenarios y brezos de hojas lampiñas rojizas. Paseo ferruginoso de pisadas que parten los huesos de ramas secas, rendidas, abatidas por el tiempo.

Mi corazón, a juego con el paisaje, se esmalta de un óxido suave de múltiples tonos. Sobre campo inculto, matas y malezas me separan de ti, te ocultan de mí, te quieren para sí, te cultivan para ti…

Un destino tozudo trabaja persistente para que mi camino muera en tu plaza. Corto una flor que se resiste a la muerte, huelo con los ojos cerrados y cuando despierto, frente a mí, tu imagen preciosa va despixelándose ante mi mirada. Permanezco inmóvil. Me pareces irreal, una hamadríade que nace de la matriz de la tierra sazonada por el otoño. Nos miramos unos momentos y aún confuso espero tu desaparición inmediata en cualquier instante. Pero sigues mirándome porque eres toda una realidad. Me siento como Hefesto galanteando a su Afrodita. Tú, mi Diosa de la Belleza, ninfa escurridiza que entra y sale en el bosque de mi vida, en la arboleda otoñada de mi corazón.

Te levantas y buscas mi proximidad, mientras quiebras mi seguridad con una mirada en diagonal. Siento tu olor. Único. Tu cara roza la magia, está llena de encanto y logra mi hechizo; es un rostro con una belleza sin análogo y, por tanto, sin descripción posible. Nos exploramos en silencio, el aire está colmado de brindis, miradas diversas y complicidades emergentes. Sobre nosotros planean cuatro aves blancas. Y en mi estómago vuelan un millón de mariposas de colores.

Palpo la superficie de tu hermosa cara, deslizo mi mano verticalmente, poso mi dedo gordo en tus labios ricos y me quedo inmóvil. Abstraído, deseo permanecer toda mi vida en la profundidad de esa caricia, ser yo entero una demostración amorosa que te envuelva totalmente como un meteoro luminoso creado por el disco ardiente del sol. El límite de tu cuerpo ya no está en ti, sino que está en mis brazos que te rodean como frontera. Miro al cielo buscando el conjuro de los Dioses para que nuestros cuerpos jamás ya sufran el castigo cruel de la distancia.

Se ha producido un milagro, el milagro único de nuestro encuentro, de una unión de dos cuerpos que se han buscado como los labios sangrantes de una herida que consolida una nueva unión de dos partes rotas.

viernes, 7 de enero de 2011

SUEÑOS DE SOFÁ

Poso mi cabeza sobre tus piernas esponjadas. Acaricias mi cara y entrelazas tus dedos en mi pelo, mientras pones en el ordenador la canción “Inventario”, un poema de José Saramago musicado por Luis Pastor. Para no verte cierro los ojos, sólo quiero sentirte. Coloco mis brazos en aspa sobre mi pecho, para que mis emociones no salgan fácilmente, puede ser peligroso si chocan en tu cara.

La música va perforando mi cuerpo por toda su superficie. Me voy aislando poco a poco, hasta que creo alcanzar un estado de consciencia superior. Acabo de romper la barrera de la razón. Y también supero los límites de tu belleza, quiero ver qué hay detrás de tanta hermosura.

La melodía de la canción me atenaza, abarca cuanto soy y las notas campan a sus anchas por todo mi ser. Abonado a tu pecho, escucho el tic tac de tu corazón a un ritmo inferior al normal… lo siento latir dentro de mí al ralentí. Y de repente me veo sentado en las butacas de mi fuero interno, que es donde se dilucidan las contradicciones de los seres humanos. Y viéndote, me veo. ¿Eres tú? ¿Soy yo? Tal vez somos los dos que queremos ser nosotros.

Creo sentir un contacto en mi frente seguido de un sonido articulado, trato de salir de mí, pero estoy tan adentro que me cuesta regresarme. A las puertas de mí, de nuevo, siento el contacto y el sonido articulado. Miles de pétalos de flores de todos los colores del mundo vuelan sobre mi cabeza. Abro los ojos y me estás besando. Tu cara también es otro pétalo de colores, el más bonito de todos.

La canción está terminando y con ella algunos pasajes de mi vida. Desde luego ha habido una armonía perfecta entre la historia cantada de Saramago y mi paseo interior. El silencio letal que queda en la sala me devuelve a la maldita confusión que reina en el mundo y que asola a las demás personas. A mí también.

Cuando vuelve mi lucidez, en tu bello rostro, veo otra preciosa melodía. Es una escena de cine mudo, aunque la visualización lo dice todo. Tus ojos parecen las puertas enormes y blindadas del jardín de las delicias. En silencio me dices todo cuanto sientes, que es todo cuanto yo quería escuchar.

Las tinieblas de mi corazón comienzan a clarear, están cediendo ante la luz del amanecer, ante la luz esperanza de tu existencia.

Una sacudida de fuerza interior me activa, me pone en pie, me convierte en héroe de las pinturas de María Jesús Manzanares. Y esto me dice que el mundo está ahí fuera, que debo salir con serenidad y saber que todo es conseguible, pero que la lucha ha de ser honesta...